Laura salió un momento de clase para buscar unas témperas con las que pintar la paloma que había dibujado para el Día de la Paz.
Lila se subió encima de una mesa y dijo:
- Oíd , chicos, ¿sabéis qué? Mi abuelo me ha contado que existe un premio que se da a algunas personas que han defendido la Paz y que han vivido ayudando a los demás. Ese premio se llama Premio Nobel de la Paz. A mí me gustaría que algún día me lo dieran, no me gustan las peleas. Y eso es lo que haré a partir de ahora: intentar que en nuestra clase vivamos pacíficamente, que no nos peleemos y que nos ayudemos los unos a los otros.
- ¡Qué buena idea, Lila! Yo también quiero ser pacífico -dijo un niño, y le siguieron todos los demás con el mismo entusiasmo.
De repente la señorita Laura entró en la clase porque estaba escuchado mucho jaleo.
- Pero, bueno, ¿qué significa este escándalo, chicos? -preguntó Laura algo enfadada.
- Pues que hemos decidido entre todos que nos vamos a convertir en niños pacíficos, seño.
La maestra les contestó:
- Me parece una idea genial, chicos. Pero vivir en Paz y sembrar la Paz es una tarea muy difícil, porque en ocasiones hay que ser muy fuerte y valiente para intentar solucionar nuestros problemas con actitudes pacíficas. Por ejemplo, no pelearos para ser los primeros en la fila, compartir vuestras meriendas con niños que no tengan. Y, en ocasiones, hasta tendréis que ser los primeros en compartir los juguetes o los columpios del patio con otros niños sin enfadaros.
- Es verdad que parece muy difícil -dijo Irene-, pero yo estoy dispuesta a intentarlo.
-Eso, eso, yo también lo voy a intentar -gritaron los demás.